Comentario del Evangelio

Comentario del Domingo XXII del Tiempo Ordinario | Marcos 7,1-8

En este Domingo XXII del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

«En aquel tiempo, se reunieron junto a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén».

Desde los comienzos del ministerio público de Jesús, fariseos y escribas, se pusieron de acuerdo para perderle por su interpretación original de los preceptos de pureza de la Ley. La táctica de los fariseos y escribas es tratar de humillar a Jesús, desprestigiándole ante sus propios fieles. Por eso le echan en cara que «vieron que algunos discípulos comían con manos impuras, es decir, sin lavarse las manos. (Pues los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, y, al volver de la plaza, no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas.)»

Se trata de prácticas rituales sobre lo impuro y lo puro, codificadas por la ley de Moisés en el libro del Levítico y que fueron ampliadas y precisadas por los fariseos.

«Y los fariseos y los escribas preguntaron a Jesús: “¿Por qué no caminan tus discípulos según las tradiciones de los mayores y comen el pan con manos impuras?”».

La respuesta de Jesús es ahora criticar esa misma tradición que tanto veneran y presentarla como una deformación de la misma ley. A una denuncia responde con otra denuncia mucho más grave, si sus discípulos han pecado, ha sido contra una tradición de los hombres, pero ellos pecan directamente contra la ley de Dios. Y luego les aplica unas palabras que el profeta Isaías les dijo a los judíos de su tiempo, cuyo espíritu han heredado los actuales escribas: «Él les contesto: “Bien profetizó Isaías de ustedes, hipócritas, como está escrito: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. El culto que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos”. Dejan a un lado el mandamiento de Dios para aferrarse a la tradición de los hombres”».

“Hipócritas” es un adjetivo que Jesús aplica varias veces a los fariseos. Hipócrita es el que por fuera se disfraza de bueno, pero por dentro es malo. Cumple por fuera y odia por dentro.

Aparece aquí con todo su relieve el espíritu farisaico, material, ritualista, tan complicado en las prácticas exteriores de la religión como vacío del verdadero espíritu. Todo acto externo de religión debe ser la manifestación del amor que brota de un corazón creyente. Todos estamos inclinados a ser fariseos, a dar demasiado importancia a tradiciones y costumbres que Dios no ha mandado, y en cambio, a descuidar ciertos mandatos divinos de enorme importancia. Jesús desea que no compliquemos la religión, sino que seamos sinceros para con Dios. Que distingamos bien lo que es esencial en el mensaje de Jesús de lo que son costumbres particulares.

Jesús fue considerado por los judíos y sus jefes espirituales como un maestro. Pero al mismo tiempo, Jesús no podía menos que chocar con los doctores de la Ley porque “enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (Mt 7, 28-29). La palabra de Cristo no revoca la Ley, sino que la perfecciona aportando de modo divino su interpretación definitiva. Con esta misma autoridad divina, desaprueba ciertas “tradiciones humanas” de los fariseos que anulan la Palabra de Dios.

Nuestro Señor señala al corazón del hombre como la fuente de donde brota el movimiento de las pasiones.Jesús da plenitud a la Ley sobre la pureza de los alimentos, tan importante en la vida cotidiana judía, manifestando su sentido pedagógico por medio de una interpretación divina. «Entonces llamó Jesús de nuevo a la gente y les dijo: “Escuchen y entiendan todos: Nada que entre de fuera puede hacer al hombre impuro”», porque en todo alimento que es bueno, como criatura de Dios, no entra en juego su espíritu. Todas las cosas creadas son buenas, según el proyecto del Creador y, por consiguiente, no son impuras ni volver a nadie impuro.

«Lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre».

El corazón en el lenguaje bíblico es el alma, el entendimiento y la voluntad, como centro de la vida espiritual; por ello es la fuente de donde mana todo acto malo del hombre: el pensamiento y la voluntad se desvían de la ley de Dios, y deforman la vida.

En el corazón del hombre, en la voluntad, es de donde procede lo malo. Porque a uno le pueden venir malos pensamientos, sugeridos por el demonio, por sus sentidos, por una conversación; pero la voluntad los hace malos aceptándolos, fomentándolos, llevándolos a la práctica, y se convierten en el origen de todos los crímenes. Pero si rechazamos esos pensamientos malos, no nos dañan y son causa de gran mérito ante Dios.

Jesús hace una lista tenebrosa de lo que hace al hombre malo: «Porque de dentro, del corazón del hombre, salen los pensamientos perversos: los planes, los propósitos de hacer el mal de una manera consentida y aceptada; las fornicaciones: las relaciones sexuales entre dos personas fuera del matrimonio y es un grave escándalo cuando hay corrupción de menores; robos, homicidios: dar muerte a un ser humano, adulterios: actos sexuales de una persona casada con otra que no es su cónyuge; codicias, malicias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. Todas esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro».

Jesús es el profeta del hombre verdadero, el testigo vivo de que ese hombre nuevo puede empezar a nacer ya en cada uno de nosotros. Basta con que cada uno apueste por el cambio de su propio corazón, de su alma. Jesús reconoce que lo que salva es el amor y que la clave está en la propia alma de cada persona: La reconstrucción de cada ser humano debe comenzar por donde comienza la herida: por el corazón egoísta que se prefiere a sí mismo y se olvida de Dios y de los demás. Solo hombres transformados, transformarán el mundo.

El evangelio nos invita a mirar en nuestro corazón con sinceridad. ¿Qué ocupa mi corazón? ¿Por qué se afana?

El apóstol san Pablo nos lo recuerda: «El que ama al prójimo ha cumplido la ley. En efecto, lo de: no adulterarás, no matarás, no robarás, no codiciarás y todos los demás preceptos, se resumen en esta fórmula: amarás a tu prójimo como a ti mismo. La caridad no hace mal al prójimo. La caridad es, por tanto, la ley en su plenitud» (Rm 13, 8-10).