Comentario del Domingo XVIII del Tiempo Ordinario | Juan 6, 24-35
En este Domingo XVIII del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.
En el Evangelio, el discurso sobre el pan de Vida, que Jesús pronuncia después de la multiplicación de los
panes, intenta desvelar el profundo significado de lo que ha hecho. La multiplicación de los panes era preparación psicológica y espiritual de los discípulos y el pueblo sobre el pan de Vida, que es la Persona
de Jesús y su palabra, la fe necesaria en Él y la Eucaristía.
«Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús».
Lo primero que constatamos es que Jesús atrae poderosamente a una multitud, que le busca, le sigue por
doquier sacudida por el entusiasmo del milagro que ha tocado con sus manos. ¿Qué sentían las gentes
ante Él? Dos sentimientos reflejan constantemente los evangelistas, mezclados muchas veces: maravilla y
temor ante sus palabras y, sobre todo, ante sus obras. Muchos de los que forman parte de esa multitud que
le sigue y le escucha, no se convierte, ni cambia de vida; otros, sí.; otros le siguen por intereses
materiales.
Y Yo ¿busco a Jesús? ¿Por qué? ¿Para qué?
«Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste?” ». Jesús esquiva la respuesta, no queriéndoles explicar el milagro, hecho para los Apóstoles, y les reprende porque no les mueven motivos espirituales, sino carnales: «Jesús les respondió: “Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello” ».
Jesús se dirige a los campesinos de Galilea que se afanan para ganarse el pan de cada día. Saben lo que es pasar hambre, y también la saciedad. Jesús toma como punto de partida una necesidad material de sus
oyentes, el hambre, el pan, la saciedad…y, desde ese punto se sirve para hacerles comprender lo que Él
aporta a la humanidad.
Hay dos clases de alimentos: el “alimento perecedero”, material, corporal, terrestre, que da una vida
perecedera y deja al hombre insatisfecho; y el alimento “que les dará el Hijo del hombre”, que da “Vida
eterna”, él único que puede saciar las aspiraciones humanas, ya que hemos sido creados por Él y para Él.
Como los judíos, también nosotros nos quedamos muchas veces en el deseo del alimento material. Pero
Dios nos ofrece otro alimento. ¡Cuántos buscan a Jesús sólo para que les haga favores materiales! Apenas
se busca a Jesús por Jesús.
Es necesario que nos afanemos, trabajemos, nos esforcemos en nuestra vida espiritual igual que lo
hacemos para ganarnos el pan de cada día.
«Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?” ».
«Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado” ».
El pan que el Padre nos envía es su propio Hijo; un pan bajado del cielo, pues es Dios como el Padre; un
pan que perdura y comunica vida eterna, es decir, vida divina; un pan que es la carne de Jesucristo. Es el alimento esencial del cual tenemos hambre. Este pan lo recibimos ya por la fe en Él, en su misión y en su
mensaje de salvación. No distingue Jesús la fe de la obra de Dios; porque la obra es hija del amor, y el amor es el medio por el que obra la fe. Creer en Cristo es amarle creyendo, ir a Él creyendo, hacernos uno de sus miembros.
«Y volvieron a preguntarle: “¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo” ».
Los que escuchan al Señor son gentes sencillas, que quieren pruebas concretas, muchos han visto en el pan del milagro un recuerdo de aquel maná que era uno de los signos que traería el Mesías. Jesús quiere despertar en ellos, a partir de sus necesidades materiales, aspiraciones más altas, de orden religioso y
espiritual.
Nos enseña el Catecismo: «Sobre la armonía de los dos Testamentos se articula la catequesis pascual del
Señor, y luego la de los Apóstoles… Esta catequesis pone de manifiesto lo que permanecía oculto bajo la
letra del Antiguo Testamento: el misterio de Cristo. Es llamada catequesis “tipológica”, porque revela la novedad de Cristo a partir de figuras, (tipos), que lo anunciaban en los hechos, las palabras y los símbolos de la primera Alianza. Por esta relectura en el Espíritu de Verdad a partir de Cristo, las figuras son explicadas. Así… el maná del desierto prefiguraba la Eucaristía “el verdadero Pan del Cielo”».
«Jesús respondió: “Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo” ».
El pan del que habla Jesús es más que un alimento materia, es más que un simple alimento espiritual, más
que una idea. “El pan del cielo” que dio Moisés a los israelitas, a pesar de su grandeza, no es lo que Dios quiere dar al mundo, el maná es un alimento material y caduco si se lo compara con “el verdadero pan
del cielo”.
Nosotros creemos y confesamos que Jesús de Nazaret, nacido judío de una hija de Israel, en Belén en el
tiempo del rey Herodes el Grande y del emperador César Augusto; de oficio carpintero, muerto crucificado en Jerusalén, bajo el procurador Poncio Pilato, durante el reinado del emperador Tiberio, es el Hijo eterno de Dios hecho hombre, que “descendió del cielo”.
«Ellos le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan” ».
Los oyentes de Jesús no han entendido la naturaleza de este pan y lo interpretan en sentido material. Esta
petición ingenua de los galileos sirve para otra clase de hambre de la que desfallecemos los hombres: “No
sólo de pan vive el hombre, sino que el hombre vive de todo lo que sale de la boca de Dios” (Mt 4, 4), es decir, de su Palabra y de su Espíritu, es el hambre de Dios. Los cristianos debemos movilizar todos nuestros esfuerzos para anunciar el Evangelio a los pobres y hambrientos. Hay hambre sobre la tierra,
“mas no hambre de pan, ni sed de agua, sino de oír la Palabra de Dios” (Am 8, 11). Por eso, el sentido
específico de esta petición se refiere al Pan de Vida: la Persona de Jesús, su Palabra, el Cuerpo de Cristo
recibido en la Eucaristía.
«Jesús les respondió: “Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed” ».
El Señor comienza aquí a revelar altísimos misterios, y el primero es el de su divinidad. La fórmula “Yo
soy” evoca el nombre de Dios. Y, precisamente porque Jesús es Dios, es el único alimento capaz de saciarnos plenamente. Al fin y al cabo, las necesidades del cuerpo son pocas y fácilmente atendibles. Pero
la verdadera hambre de todo hombre que viene a este mundo es más profunda y más difícil de satisfacer.
Es hambre de eternidad, de plenitud, de santidad: hambre de Dios. Esta hambre sólo Jesucristo puede
saciarla.
Cristo es siempre depositario y dispensador de la vida. Hablando de sí mismo dice: “Yo soy el pan de
Vida”, que es la vida misma, que posee la vida, que da la vida…
Jesús pide creer en su persona y cumplir lo que Él manda, se presenta a sí mismo como la fuente suprema
de salvación. Por nuestra parte necesitamos ir a Jesús y creer en Él, vivir existencialmente unidos a su Persona. Jesús es fuente de equilibrio y de gozo, fuente de sosiego y paz. Él se ha quedado en la Eucaristía para darnos vida y saciarnos, de modo que nunca más sintamos hambre ni sed.
A la luz de esto, hemos de examinar nuestra relación con Cristo Eucaristía. ¿Agradezco este alimento que el Padre me da? ¿Soy consciente de mi indigencia, de mi necesidad, de mi pobreza? ¿Voy a la Eucaristía con verdadera hambre de Cristo? ¿Me acerco a Él como el único que puede saciar mi hambre? ¿Le busco
como el pan bajado del cielo que contiene en sí todo deleite? ¿O busco saciarme y deleitarme en algo o en
alguien que no sea Él?