En este VIII Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

El evangelio de este domingo es una colección de pensamientos diversos de Jesús, como unas píldoras de sabiduría para aprenderlas de memoria.
Jesús saca a la luz la conducta de quienes son guías de sus propios hermanos, pone en guardia contra el peligro de la presunción que conduce a la ruina, al contrario, el guía ha de ser humilde, no ha de juzgar a sus hermanos, sino ha de ejercer una corrección fraterna y ha de ser expuesto él mismo a la misma corrección
«En aquel tiempo, dijo Jesús a los discípulos una parábola: “¿Acaso puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en el hoyo?».
Jesús quiere poner en guardia a sus discípulos: En la vida moral no nos dejemos guiar por falsos conductores, falsos profetas para no caer en el abismo del pecado. Las consultas se hacen a los que saben, no a los ignorantes.
Cuantas personas pierden la fe por consultar a mentalistas, espiritistas, brujos, leedoras de cartas o a fabricantes de horóscopos. Se dejaron guiar por guías ciegos y estos los llevaron al abismo de la incredulidad, del ridículo, de la desgracia y de la desesperación.
Qué paz y sabiduría tienen quienes saben consultar a santos sacerdotes y sabios religiosos.
«Un discípulo no es más que su maestro, si bien, cuando termine su aprendizaje, será como su maestro».
Solo cuando nos asemejemos bastante a Jesús, nuestro Maestro, en su modo de pensar, de obrar y de hablar, podremos decir que somos buenos cristianos, verdaderos discípulos suyos. Pero nunca nos igualaremos a Él
«¿Por qué te fijas en la mota que tiene tu hermano en el ojo y no reparas en la viga que llevas en el tuyo? ¿Cómo puedes decirle a tu hermano: «Hermano, déjame que te saque la mota del ojo”, sin fijarte en la viga que llevas en el tuyo? ¡Hipócrita! Sácate primero la viga de tu ojo, y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano».
No tenemos derecho a dedicarnos a criticar a los demás si no estamos libres de faltas, porque no conocemos el bien que hay en los demás, por eso, criticar es una verdadera injusticia.
Más bien tendríamos que dedicarnos a observar y corregir los propios defectos, a mejorar nuestro comportamiento. “El más grave de nuestros negocios es el de nuestro propio conocimiento”, decía San Basilio.
Revisemos nuestra vida, consideremos las propias actuaciones, revisemos cómo pensamos y cómo hablamos y de qué manera cumplimos los propios compromisos y los deberes de nuestro estado.
Corregir las faltas del otro es una obra de misericordia. Hemos de corregir al hermano de sus faltas y de sus errores, teniendo en cuenta que también nosotros tenemos nuestras propias deficiencias, cuidando el tono de cariño, siendo comprensivos, buscando siempre su bien.
«No hay árbol sano que dé fruto dañado, ni árbol dañado que dé fruto sano. Cada árbol se conoce por su fruto; porque no se cosechan higos de las zarzas, ni se vendimian racimos de los espinos».
Jesús nos recuerda que es el fondo del hombre, su interior, lo esencial, lo que le permite juzgar sus actos, que a una persona no se le puede juzgar, sino por sus hechos, por sus obras. La calidad del discípulo se conoce por el modo como obra, por la manera como se comporta. Los frutos son las obras que corresponden al modo de ser de cada uno. Los buenos acostumbran a obrar bien, los malos a obrar mal.
Una vida injertada en la persona y el mensaje de Jesús darán frutos evangélicos. Estos serán ante el mundo el testimonio de nuestra fidelidad y una manera muy concreta de anunciar el evangelio.
«El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca».
Jesús nos dice que las palabras que salen de nuestros labios son producto de lo que sentimos en el corazón. Nuestra conversación siempre nos delata, Como pensemos, así hablaremos y así actuaremos.
No solo hemos de evitar el hacer mal uso de la lengua y de la palabra, sino que debemos esforzarnos porque nuestras palabras contribuyan siempre a la mayor gloria de Dios y alegría y progreso del prójimo. Para ello hemos de cultivar en nuestro corazón los mejores y más nobles sentimientos, para que toda palabra que salga de nuestros labios lleve alegría y paz. Hemos de hablar para manifestar a los demás el amor y el aprecio que les tenemos.
¿Es mi corazón un tesoro de bondad?
Ayúdanos, Señor, a dar cosas buenas a los demás.