En este V Domingo del Tiempo Ordinario, Monseñor Rafael Escudero López-Brea, Obispo de la Prelatura de Moyobamba, presidirá la Celebración Eucarística en la Catedral de Moyobamba.

“La gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios”
Es una escena viva que expresa la necesidad imperiosa que todo ser humano tiene de recibir una palabra cierta, divina, capaz de dar un sentido nuevo y vivo a la existencia. Una palabra que sólo nos puede llegar a través de Jesucristo, la Palabra Eterna del Padre.
La gente notaba que la palabra de Jesús iluminaba sus vidas, ensanchaba sus corazones, fortalecía sus ánimos, que los movía a la conversión, al cambio de vida. La gente quería beber directamente de los labios de Jesús esa sabiduría nueva.
Agolpémonos alrededor de Jesús, contemplemos a Jesús, escuchemos a Jesús, la única Palabra digna de ser escuchada.
“Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente”
Desde la barca de Pedro, con paciencia, con esmero, con cariño, sentado, sin prisa, con sencillez, haciéndose entender por todos, entregando su persona y su tiempo a la muchedumbre; así enseñaba Jesús.
Ahora también Jesús nos sigue enseñando desde la Barca de Pedro, por medio de su Vicario en la tierra. Jesús no se ha callado, sigue hablando. Podemos escucharlo leyendo y meditando el Evangelio, escuchando la predicación y enseñanza de sus legítimos ministros.
Cristo desea contar con la pequeña, pobre y frágil barquilla de nuestra persona para predicar desde ella a todos los que acepten escucharle. Dios cuenta contigo. El quiere necesitar de ti. Ofrezcámosle nuestra vida.
“Dijo a Simón Pedro: Rema mar adentro y echen las redes para pescar”
Manda el Señor a Pedro a meterse en las profundas aguas del lago para pescar, después de una noche trabajando inútilmente. Es un mandato raro y extraño; Jesús nos pide, a veces, cosas sorprendentes. Nos lanza a una misión aparentemente difícil, dura, inútil.
El Papa san Juan Pablo II nos invitaba a todos, como el Señor, a remar mar adentro. “Al comienzo del nuevo milenio se abre para la Iglesia una nueva etapa de su camino y resuenan en nuestro corazón las palabras con las que un día Jesús, después de haber hablado a la muchedumbre desde la barca de Simón, invitó al Apóstol a «remar mar adentro» para pescar. Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado, a vivir con pasión el presente y a abrirnos con confianza al futuro: Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre”. (Novo Millennio Ineunte, 1)
“Maestro, nos hemos pasado toda la noche trabajando y no hemos sacado nada; pero si tú lo dices, echaré las redes”.
La respuesta de Pedro es contundente. Por la confianza que Pedro tiene en Jesús, porque le ha visto hacer milagros y ha escuchado su palabra, porque cree en su poder, también porque Pedro, después de una noche trabajando inútilmente, ya no confía en sus propias fuerzas, ni en sus conocimientos, ni en su experiencia, ni en la eficacia de sus redes y de su barca, sólo por la palabra de Jesús se adentra en el lago y echa las redes.
Que nosotros vivamos muy unidos al Señor, sintonizando nuestra voluntad con la suya, que nuestros trabajos apostólicos y misioneros los realicemos a su manera, con sus mismos sentimientos y actitudes interiores, aprovechando los pobres medios que tenemos a nuestro alcance.
“Hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red”.
La diferencia está en que durante la noche pescaban por su cuenta, ahora lo hacen en el nombre del Señor. Todo lo que se hace en su Nombre es eficaz. El da el fruto a nuestros trabajos. Con Él todo, sin Él nada.
El lago, la barca, las redes, la pesca, Simón y sus compañeros. Todo nos habla de la vida y actividad misionera de la Iglesia en el mundo. La barca es la figura de la Iglesia: en ella está siempre Jesús, en ella está también Pedro. Pedro está a las órdenes de Jesús, es el representante de Cristo y la cabeza visible de la Iglesia. Desde la barca de la Iglesia Jesús personalmente o por Pedro, su Vicario, enseña, santifica y pastorea al mundo.
“Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: apártate de mí, Señor, que soy un pecador”.
Ante este maravilloso acontecimiento, que manifiesta la santidad y el poder de Jesús, Pedro es consciente de su indignidad y miseria ante el Señor: se juzga indigno hasta de estar en su presencia y de acogerlo en su barca. Se arrodilla ante El, reconociéndolo como Dios, y le ruega que se aparte de él. Surge en Pedro un sentimiento de respeto profundo, de santo temor ante la presencia de Dios. El asombro, el estupor y la admiración se apoderaron de todos.
Las personas que viven espiritualmente unidas a Dios se van haciendo humildes, porque ante la santidad y la bondad de Dios, aparecen como algo horrible nuestras faltas y pecados; ante el poder de Dios, resalta la miseria de nuestros límites. ¡Cuánto bien nos hace reconocernos pecadores, pues lo somos! ¡Cuánta paz en el corazón cuando ponemos en las manos de Cristo nuestras miserias y fragilidades!
“Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
¡Cómo le encanta al Señor poner paz y serenidad en los corazones humanos! ¡No temas!, es una de sus frases favoritas. “Yo estoy contigo”, dice el Señor, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, por activa y por pasiva, para que nos convenzamos de una vez de que El nos ama y nos acompaña siempre, más aún, que nos lleva en su Corazón, tatuados en las palmas de sus manos, en las pupilas de sus ojos. Donde hay amor no hay temor. El mundo trata de asustarnos y agobiarnos con sus profetas de calamidades y desastres. Nosotros preferimos escuchar a Jesús.
En medio del asombro de todos ante el milagro Jesús manifiesta la finalidad pedagógica de éste: “serás pescador de hombres”. Simón, obedeciendo a Jesús, cogía peces, Pedro en el nombre de Jesús, desde la fe, la obediencia y la generosidad, pescará hombres para la vida eterna. Ya está preparado el corazón de Pedro y los primeros discípulos para la vocación divina. El Señor cambia el destino de Pedro.
“Ellos…, dejándolo todo, lo siguieron”.
Pedro y sus compañeros sintieron una atracción invencible hacia Jesús; dejaron todo, sus familias y sus casas, sus relaciones, sus trabajos y sus pueblos, y le siguieron sin saber a dónde les llevaría ese joven Maestro, que había cautivado sus almas sedientas de algo más. Ya sus vidas no serían como antes, ni ellos tampoco. Pedro cambió su barca por el timón de la Barca de la Iglesia, dejó el lago de Genesaret para pescar hombres en las tierras de todo el mundo, abandonaba sus redes por otras más eficaces, las redes del Evangelio que tienen eficacia divina.
¿Qué dejamos nosotros para seguir a Jesús?