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Año Jubilar 2025, carta pastoral y decreto del Obispo Prelado de Moyobamba

Queridos hermanos sacerdotes, religiosos y religiosas, responsables de los Movimientos eclesiales, animadores de las comunidades rurales, catequistas, profesores de religión:

¡Gracia y paz!

El Santo Padre, el Papa Francisco, ha convocado con la Bula Spes non confundit, la esperanza no defrauda (Rm 5,5), el Jubileo ordinario de la Encarnación de Nuestro Señor Jesucristo para el año 2025, con el lema “Peregrinos de esperanza”.

¿Qué es un Año Santo Jubilar?

La Iglesia católica inició la tradición del Año Jubilar con el Papa Bonifacio VIII, en el año 1300. Este Pontífice previó la realización de un jubileo cada siglo. Desde el año 1475 – para permitir a cada generación vivir al menos un Año Santo – el jubileo ordinario comenzó a espaciarse al ritmo de cada 25 años. Los Años Santos ordinarios celebrados hasta hoy han sido veintiséis. El último fue el Jubileo del año 2000.

“Ahora ha llegado el momento de un nuevo Jubileo, para abrir de par en par la Puerta Santa una vez más y ofrecer la experiencia viva del amor de Dios, que suscita en el corazón la esperanza cierta de la salvación en Cristo. Al mismo tiempo, este Año Santo orientará el camino hacia otro aniversario fundamental para todos los cristianos: en el 2033 se celebrarán los dos mil años de la Redención realizada por medio de la pasión, muerte y resurrección del Señor Jesús. Nos encontramos así frente a un itinerario marcado por grandes etapas, en las que la gracia de Dios precede y acompaña al pueblo que camina entusiasta en la fe, diligente en la caridad y perseverante en la esperanza (cf. 1 Ts 1,3)” (Papa Francisco, Spes non confundit, 6).

Significado del jubileo cristiano.

La Iglesia católica ha dado al jubileo hebreo un significado más espiritual. Consiste en un perdón general, una indulgencia abierta a todos, y en la posibilidad de renovar la relación con Dios y con el prójimo. De este modo, el Año Santo es siempre una oportunidad para profundizar la fe y vivir con un compromiso renovado el testimonio cristiano.

El rito inicial del jubileo es la apertura de la Puerta Santa. Se trata de una puerta que se abre solamente durante el Año Santo, mientas el resto de años permanece sellada. Tienen una Puerta Santa las cuatro basílicas mayores de Roma: San Pedro, San Juan de Letrán, San Pablo Extramuros y Santa María

Mayor. El rito de la apertura expresa simbólicamente el concepto que, durante el tiempo jubilar, se ofrece a los fieles una “vía extraordinaria” hacia la salvación. Luego de la apertura de la Puerta Santa en la Basílica de San Pedro, serán abiertas sucesivamente las puertas de las otras basílicas mayores.

Dice el Papa Francisco: “Que pueda ser para todos un momento de encuentro vivo y personal con el Señor Jesús, «puerta» de salvación (cf. Jn 10,7.9); con Él, a quien la Iglesia tiene la misión de anunciar siempre, en todas partes y a todos como «nuestra esperanza»” (1 Tm 1,1) […]. Que el Jubileo sea para toda ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones” (Spes non confundit, 1).

La virtud de la esperanza

La virtud, del latín “virtus”, que significa fuerza, impulso, es una fuerza interior, una disposición habitual y firme para hacer el bien. La virtud de la esperanza cristiana es una de las virtudes teologales que, junto con la fe y la caridad, tiene como origen, motivo y objeto inmediato a Dios mismo. Infusa en el hombre por el sacramento del bautismo con la gracia santificante, nos hace capaces de vivir en relación con la Santísima Trinidad, y fundamenta y anima la acción moral del cristiano, vivificando las virtudes humanas. Es garantía de la presencia y de la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. La esperanza es la virtud teologal por la que deseamos y esperamos de Dios la vida eterna como nuestra felicidad, confiando en las promesas de Cristo, y apoyándonos en la ayuda de la gracia del Espíritu Santo para merecerla y perseverar hasta el fin de nuestra vida terrena.

Signos de esperanza

El Santo Padre nos llama a redescubrir en los signos de los tiempos la esperanza que nos da la gracia de Dios (Cf. Spes non confundit, 7). En estos signos tenemos un programa pastoral para trabajarlos en nuestra Prelatura durante todo el tiempo del Jubileo.

  1. “Que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra. Dejemos que el Jubileo nos recuerde que los que trabajan por la paz podrán ser llamados hijos de Dios (cf, Mt 5,9)” (Spes non confundit, 8).

    Trabajemos, queridos hijos, por ser pacíficos, primero nosotros, y transmitamos la paz y el mensaje de la paz a todos los que nos rodean. No depende de nosotros que cesen las guerras y las violencias en el mundo. Sí podremos suplicar siempre al Príncipe de la Paz por este don tan necesario y hacer todo lo posible para que en nuestros hogares y lugares de trabajo haya un ambiente de paz y armonía.
  2. “Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir la vida. La apertura a la vida con una maternidad y paternidad responsables es el proyecto que el Creador ha inscrito en el corazón y en el cuerpo de los hombres y las mujeres, una misión que el Señor confía a los esposos y a su amor. Pero todos, en realidad, necesitamos recuperar la alegría de vivir, porque el ser humano, creado a imagen y semejanza de Dios (cf. Gn 1,26), no puede conformarse con sobrevivir mediocremente…” (Spes non confundit, 9).

    Una atención especial hemos de prestar a la pastoral familiar, especialmente necesaria en un momento histórico como el presente, en el que se constata una crisis generalizada y radical de esta institución fundamental.

    Un reto pastoral: Trabajemos por defender la vida humana desde sus comienzos en la concepción hasta su término con la muerte natural. Valoremos la vida del ser humano en todas sus etapas. Defendamos la vida humana contra todas las ideologías que la menosprecian. Prediquemos, enseñemos, demos testimonio, sobre todo los matrimonios cristianos jóvenes, de la belleza de la vida humana como un don de Dios. Seamos conscientes que el mejor servicio que hacen los matrimonios a nuestra sociedad es el darle nuevos hijos. La riqueza de una nación son sus hijos.
  3. “Ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. Pienso en los presos que, privados de la libertad, experimentan cada día, además de la dureza de la reclusión, el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes casos, la falta de respeto. Para ofrecer a los presos un signo concreto de cercanía, deseo abrir yo mismo una Puerta Santa en una cárcel, a fin de que sea para ellos un símbolo que invita a mirar al futuro con esperanza y con un renovado compromiso de vida” (Spes non confundit, 10).

    He aquí una oportunidad más para avivar la pastoral carcelaria que se lleva a cabo, con eficacia, en las cárceles de Moyobamba, Tarapoto, La Banda y Juanjuí.
  4. “Que se ofrezcan signos de esperanza a los enfermos que están en sus casas o en los hospitales. Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de las personas que los visitan y el afecto que reciben. Las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza, que despiertan en los corazones sentimientos de gratitud” (Spes non confundit, 11).

    El sufrimiento humano es una experiencia especial de la cruz y de la resurrección. Es la oportunidad que Dios nos concede de vivir esa amarga experiencia con un sentido de expiación por los propios pecados y los de toda la humanidad, es una ocasión que el Señor nos ofrece para unirnos a su dolor y a su sufrimiento y muerte en la cruz, y así ser corredentores con El, es posibilidad de asociarnos al dolor del mundo, consecuencia del pecado.
  5. “También necesitan signos de esperanza aquellos que en sí mismos la representan: los jóvenes. Ellos, lamentablemente, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No podemos decepcionarlos; en su entusiasmo se fundamenta el porvenir. Por eso, que el Jubileo sea en la Iglesia una ocasión para estimularlos. Ocupémonos con ardor renovado de los jóvenes, los estudiantes, los novios, las nuevas generaciones. ¡Que haya cercanía a los jóvenes, que son la alegría y la esperanza de la Iglesia y del mundo!” (Spes non confundit, 12).

    Los jóvenes y adolescentes constituyen la gran mayoría de la población de la región San Martín. Ellos son un gran potencial como discípulos y misioneros. En nuestra Prelatura necesitamos impulsar más la pastoral de los adolescentes y jóvenes, con sus propias características, que garantice su perseverancia y el crecimiento en la fe. Una pastoral que asegure una formación integral que abarque las dimensiones humana, espiritual, doctrinal y la proyección apostólica y misionera.
  6. “No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias” (Spes non confundit, 13).
  1. “Signos de esperanza merecen los ancianos, que a menudo experimentan soledad y sentimientos de abandono. Valorar el tesoro que son, sus experiencias de vida, la sabiduría que tienen y el aporte que son capaces de ofrecer, es un compromiso para la comunidad” (Spes non confundit, 14).

    Queridos hermanos sacerdotes, religiosos y laicos, visitemos a los ancianos y enfermos, tratémoslos con cariño, con delicada atención; estemos atentos a sus necesidades espirituales, materiales, sanitarias; manifestemos así la maternidad de la Iglesia que arropa con su ternura, que fortalece el corazón y da ánimo y consuelo. En el caso del moribundo acompañémosle en el tránsito definitivo, ayudándole a bien morir, a morir en Cristo, para que reine y viva definitivamente con Cristo. El enfermo y el anciano reciben con amor la Palabra de Dios, el perdón, el sacramento de la Unción y los gestos de caridad de los hermanos.

    Aliento y animo a todas las parroquias a tener muy presente la pastoral con los ancianos y enfermos para hacerles ver y entender que para el Señor y la Iglesia ellos no son inútiles, sino valiosísimos apóstoles y misioneros que evangelizan desde el sufrimiento de la cruz.
  1. “Imploro, de manera apremiante, esperanza para los millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir. Encontramos cada día personas pobres o empobrecidas que a veces pueden ser nuestros vecinos. A menudo no tienen una vivienda, ni la comida suficiente para cada jornada. Sufren la exclusión y la indiferencia de muchos” (Spes non confundit, 15).

    Ateniéndonos a las indiscutibles palabras del Evangelio, en la persona de los pobres hay una presencia especial de Cristo, que impone a la Iglesia una opción preferencial por ellos. Mediante esta opción, se testimonia el estilo del amor de Dios, su providencia, su misericordia y se manifiestan en la historia aquellas obras que Jesús mismo realizó en su vida terrena atendiendo a cuantos recurrían a Él para toda clase de necesidades espirituales y materiales.

    “El amor al prójimo enraizado en el amor a Dios es ante todo una tarea para cada fiel, pero lo es también para toda la comunidad eclesial, desde la comunidad local a la Iglesia particular. El amor necesita también una organización, como presupuesto para un servicio comunitario ordenado” (Benedicto XVI, Encíclica Deus Cáritas est, 20). Gracias a Dios y al trabajo de muchos de nuestros párrocos se van implementando las cáritas parroquiales. Este Año Santo nos ofrece un motivo más para seguir con entusiasmo en esta tarea.

Queridos hijos, que el Año jubilar sea una oportunidad significativa para que la Iglesia que vive y camina en la prelatura de Moyobamba corresponda más y mejor a la urgencia de la evangelización: que todos los bautizados, cada uno según su estado de vida, con su propio carisma y ministerio, participemos activamente y en comunión en la misión para que testimoniemos la presencia de Dios.

En el año 2025 se cumplen 60 años de la clausura de Concilio Vaticano II, el 8 de diciembre de 1965. El Papa Francisco en la Carta para el Jubileo 2025, 11 de febrero de 2022 decía: “Encomiendo especialmente a los obispos, a los sacerdotes, a los catequistas y a las familias, para que encuentren los caminos mejores para hacer conocer y actualizar en la vida de la gente las enseñanzas de los Padres conciliares, en preparación al próximo Jubileo de 2025. Las cuatro Constituciones del Concilio, junto con el Magisterio de estos decenios, seguirán orientando y guiando al santo pueblo de Dios, para que progrese en la misión de llevar el gozoso anuncio del Evangelio a todos”.

La peregrinación

La peregrinación expresa un elemento fundamental de todo acontecimiento jubilar. Ponerse en camino es un gesto típico de quienes buscan el sentido de la vida. La peregrinación a pie favorece mucho el redescubrimiento del valor del silencio, del esfuerzo, de lo esencial. También el año próximo los peregrinos de esperanza recorrerán caminos antiguos y modernos para vivir intensamente la experiencia jubilar. […]. Las iglesias jubilares, a lo largo de los itinerarios y en la misma Urbe, podrán ser oasis de espiritualidad en los cuales revitalizar el camino de la fe y beber de los manantiales de la esperanza, sobre todo acercándose al sacramento de la Reconciliación, punto de partida insustituible para un verdadero camino de conversión. Que en las Iglesias particulares se cuide de modo especial la preparación de los sacerdotes y de los fieles para las confesiones y el acceso al sacramento en su forma individual” (Spes non confundit, 5).

La peregrinación es un signo peculiar en el Año Santo, porque es imagen del camino que cada persona realiza en su existencia. La vida es una peregrinación y el ser humano es un peregrino que recorre su camino hasta alcanzar la meta anhelada. También para llegar a la Puerta Santa en Roma y en cualquier otro lugar, cada uno deberá realizar, de acuerdo con las propias fuerzas, una peregrinación. Esto será un signo del hecho que también la gracia es una meta por alcanzar y que requiere compromiso y sacrificio. La peregrinación, entonces, sea estímulo para la conversión.

La Reconciliación

El Jubileo es un signo de reconciliación, porque abre un “tiempo favorable” (cfr. 2 Cor 6,2) para la propia conversión. Uno pone a Dios en el centro de la propia existencia, dirigiéndose hacia Él y reconociéndole la primacía. Dios es quien hace que este Año sea santo, dando su propia santidad.

Como recordaba el Papa Francisco en la bula de convocatoria del año santo extraordinario del 2015: “La misericordia no se opone a la justicia, sino que expresa el comportamiento de Dios con el pecador, ofreciéndole una nueva oportunidad de arrepentirse, convertirse y creer […]. Esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en virtud de la muerte y resurrección de Jesucristo. La Cruz de Cristo, por tanto, es el juicio de Dios sobre todos nosotros y sobre el mundo, porque ofrece la certeza del amor y de la vida nueva” (Misericordiae Vultus, 21).

Concretamente, se trata de que vivamos el sacramento de la Reconciliación, de aprovechar este tiempo para redescubrir el valor de la confesión y recibir personalmente la palabra del perdón de Dios en las iglesias jubilares de nuestra Prelatura que ofrecen continuamente esta posibilidad.

La profesión de fe

La profesión de fe es un signo de reconocimiento propio de los bautizados; en ella se expresa el contenido central de la fe y se recogen sintéticamente las principales verdades que un creyente acepta y de las que da testimonio en el día de su bautismo y comparte con toda la comunidad cristiana para el resto de su vida.

Existen varias profesiones de fe, que muestran la riqueza de la experiencia del encuentro con Jesucristo. Sin embargo, tradicionalmente, las que han adquirido un especial reconocimiento son dos: el credo apostólico y el credo niceno-constantinopolitano, elaborado originalmente en el año 325 por el Concilio de Nicea, en la actual Turquía, y perfeccionado después en el de Constantinopla en el año 381. Justo en este año vamos a conmemorar los 1700 años del concilio de Nicea, una nueva ocasión para que aprendamos y recemos en nuestras parroquias el credo niceno-constantinopolitano “Recitar con fe el Credo es entrar en comunión con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, es entrar también en comunión con toda la Iglesia que nos transmite la fe y en el seno de la cual creemos” (Catecismo de la Iglesia Católica, 197).

La Indulgencia del Jubileo                          

La doctrina y la práctica de las indulgencias en la Iglesia están estrechamente ligadas a los efectos del sacramento de la Penitencia. “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (San Pablo VI, Constitución apostólica Indulgentiarum doctrina, normas 1).

“La indulgencia es parcial o plenaria según libere de la pena temporal debida por los pecados en parte o totalmente” (Indulgentiarum doctrina, normas 2). “Todo fiel puede ganar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias” (CIC can 994).

Para obtener la indulgencia los fieles están llamados a realizar los siguientes actos:

  1. Una peregrinación hacia la Puerta Santa de las basílicas romanas o en las iglesias y santuarios establecidos por el obispo diocesano como signo del deseo profundo de auténtica conversión.
  2. Confesar los pecados en el Sacramento de la Reconciliación.
  3. Participar en la celebración de la Santa Eucaristía y comulgar.
  4. Recitar la profesión de fe, el Credo.
  5. Rezar por el Santo Padre Francisco y sus intenciones un Padrenuestro, Ave María y Gloria.
  6. Tener una verdadera aversión al pecado incluso venial, quienes por diversos motivos se vean imposibilitados de llegar a la Puerta Santa, en primer lugar los enfermos y las personas ancianas y solas, a menudo en condiciones de no poder salir de casa, el modo de obtener la indulgencia jubilar será vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de cercanía al Señor en el misterio de su pasión, muerte y resurrección; recibiendo la comunión o participando en la Santa Misa y en la oración comunitaria, también a través de los diversos medios de comunicación: Radio María en Moyobamba FM 96.90; en Tarapoto FM 89.10 y por el Canal San Gabriel.

Las personas privadas de libertad en las celebraciones en las cárceles de Moyobamba, Tarapoto y Juanjuí podrán ganar la indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y la oración al Padre, pueda este gesto ser para ellos el paso de la Puerta Santa.

Pido a los párrocos y sacerdotes de las iglesias jubilares que mantengan abiertos los templos y programen actos especiales para la celebración de este Año Santo, especialmente que reciban con solicitud a los peregrinos y estén disponibles para oír a los fieles en confesión.

A Santa María, Madre de la esperanza, encomiendo los frutos de este Año Jubilar.

Suba hasta el Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, la alabanza y el agradecimiento de nuestros corazones.

Desde lo más profundo del corazón imparto a todos mi bendición.

Moyobamba, 12 de diciembre de 2024
Fiesta de la Bienaventurada Virgen María de Guadalupe
Patrona de América

A continuación, la Carta Pastoral completa:

Carta-Pastoral-Ano-Jubilar-2025

A continuación, el Decreto Año Santo 2025 completo:

Decreto-Ano-Santo-2025
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