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3 Minutos con Jesús en el evangelio de San Mateo 26,14-25

Evangelio de San Mateo 26,14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a ver a los sumos sacerdotes y les dijo: «¿Cuánto me dan si les entrego a Jesús?» Ellos quedaron en darle treinta monedas de plata. Y desde ese momento andaba buscando una oportunidad para entregárselo. El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» Él respondió: «Vayan a la ciudad, a casa de fulano y díganle: “El Maestro dice: Mi hora está ya cerca. Voy a celebrar la Pascua con mis discípulos en tu casa”». Ellos hicieron lo que Jesús les había ordenado y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer, se sentó a la mesa con los Doce, y mientras cenaban, les dijo: «Yo les aseguro que uno de ustedes va a entregarme». Ellos se pusieron muy tristes y comenzaron a preguntarle uno por uno: «¿Acaso soy yo, Señor?» Él respondió: «El que moja su pan en el mismo plato que yo, ese va a entregarme. Porque el Hijo del hombre va a morir, como está escrito de él; pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre va a ser entregado! Más le valiera a ese hombre no haber nacido. Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Acaso soy yo, Maestro?» Jesús le respondió: «Tú lo has dicho».

Meditación
El mal es un misterio. Y más aún si ese mal consiste en haber recibido la sublime gracia de tener tan cerca al Señor de la gloria. Estamos ante lo que nos supera. Y no debe extrañarnos. El pecado es en sí irracional, incomprensible. No busca sino lo contrario al bien del hombre. Es una destrucción. Judas, uno de los doce, amigo íntimo del Señor, que le acompañó por tres años, que vio muchos milagros, que saboreó sus divinas palabras; que pudo tocarlo, palparlo, mirarlo, conocerlo y, quizás, amarlo. Pero esa ceguera le bajó los ojos a la tierra, a sus propios intereses, tal vez de orden meramente político, inmediato, material y no trascendente, espiritual como exigía el mandato del amor. Dejó de creer. Y porque de creer dejó, también de esperar y, sobre todo, de amar que es el corazón del cristianismo. La traición vino no en un momento. Fue la traición de una conciencia deformada, poco a poco, comenzando en las cosas pequeñas hasta terminar… ¡en el pecado más grande! Y hasta qué punto llega el mal a torcer los ojos lo vemos en su hipocresía durante la cena pascual. Sabía que le entregaría. ¿Has visto a Jesús reprochárselo abiertamente? No, sino que parece esperar “el cambio”. No lo echo de la cena como quien se lo merecía por lo que haría. Le permitió aún escuchar sus palabras a ver si recapacitaba. No quiso romper su corazón ya endurecido por el diablo, sino que siempre intentó hasta el final recuperar a Judas, como quiere recuperarnos y salvarnos a cada uno de nosotros.

“El Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir, y a dar la vida por la redención del todos”

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